domingo, 15 de enero de 2012

Prueba de esfuerzo

Había sido citado a consulta de Rehabilitación cardíaca en la cuarta planta del Hospital General para una prueba de esfuerzo o ergometría a las doce treinta. Llego al aparcamiento subterráneo a las doce. Ya sé que, saliendo a la calle en la primera ocasión que encuentras, la primera puerta con que te topas corresponde a las dependencias de Documentación y hay que subir las escaleras para acceder a otra terraza más elevada frente a la cual está el hospital propiamente dicho. Entro y de frente me encuentro con una pared de cristal; tengo que dirigirme a izquierda o derecha según mi instinto dictamine porque nada lo indica. Elijo la derecha, paso una puerta y la cafetería sí que está indicada de frente, por lo que la única posibilidad es ir hacia el pasillo de la izquierda, casi al final del cual en el centro hay un empleado con un mostrador minúsculo que a la derecha tiene un cartel de “Entrada”, a la izquierda y sólo visible para los que vuelven está el de “Salida”. Le pregunto dónde están los ascensores y mecánicamente me indica que al final del pasillo a la izquierda. Me quedo con la impresión de que a falta de señalizaciones claras se han inventado el empleo de “señalizador”. Con alguna dificultad consigo localizar los ascensores, dos, que me parecen pocos, aunque seguro que habrá más distribuidos por la planta, pero ni lo sé ni… estoy para búsquedas. Tras un tiempo que se me hace excesivo se abre la puerta del ascensor, subo y llego a la planta cuarta de Cardiología. No encuentro ningún indicador de Rehabilitación cardíaca ni Ergometría, que no descarto que lo haya, pero que yo no lo encontré. Pregunto a una persona del centro que sale de Secretaría por Rehabilitación cardíaca y me dice que no es allí, que eso es en Traumatología. “No me diga eso”, le contesto y me mira con cara de conmiseración y me dice que está muy cerca. “No, si ya…, vale, pues muchas gracias”. Para no esperar el ascensor bajo por las escaleras las cuatro plantas, me voy guiando por las indicaciones de salida, dejo atrás al empleado señalizador que sigue atendiendo a un río de personas que van llegando, llego al último indicador, el de la cafetería y, aunque no lo indica, recuerdo que tengo que girar a la derecha y ahí está la salida. Bien, ya estoy en la calle y como sé dónde está Traumatología, me dirijo a buen paso y entro a las doce y cuarto para ir, lógicamente, a la planta cuarta. Los ascensores tardan una eternidad. Por fin tomo uno con un paciente en silla de ruedas, otro en una camilla y varias personas estamos a uno y otro lado contra las paredes. Bajamos al semisótano donde abandona el ascensor la camilla con el enfermo y ahí descubrimos que hay uno de los ascensores averiados. Bajamos al sótano donde baja una mujer muy mayor más perdida que yo mismo, que ya es decir. Subimos al semisótano y nos hacen abandonar el ascensor porque tienen que subir una cama con un enfermo que, está claro, es prioritario. Y ahí me encuentro, más alejado del objetivo que cuando entré. Pues nada, me subo las cinco plantas, desde la menos uno a la cuatro, a golpe de calcetín por las escaleras. Pregunto por Rehabilitación cardíaca a la primera persona que encuentro y me dice que es en la planta semisótano. “Vaya por Dios, si vengo de allí…, muchas gracias”. Vuelta escaleras abajo. Llego a las doce treinta y entro decididamente sin llamar. Informo que estoy citado en Rehabilitación cardíaca a las doce y media y me dicen que eso es en el gimnasio que está… “venga, que le indico. Mire, vaya por ese pasillo y en el segundo pasillo a la derecha encontrará de frente la puerta que pone gimnasio. No tiene pérdida”. “Muchas gracias”. Al final del segundo pasillo de la derecha lo que hay es una puerta de salida de emergencia para abandonar el edificio. Vuelvo y le digo a otra empleada que me he perdido, que busco el gimnasio. “Sí, está ahí mismo. Vaya hacia el frente y en ese pasillo de la derech… mejor le acompaño que es que yo me lío con eso de la derecha y la izquierda”. Muy amablemente me deja en la entrada del gimnasio. Entro, veo a dos personas dirigiendo a otros tantos pacientes en sus ejercicios y le doy unos victoriosos buenos días. “Buenos días, que desea”, me responde uno. “Vengo a una prueba de esfuerzo”. “¿A una ergometría aquí? Eso es en el Hospital General en la planta cuarta de cardiología”. Tengo un conato de llanto y carcajada al mismo tiempo. Les explico que ya he estado allí y también en la cuarta planta de este edificio y casi todas las veces subiendo y bajando escaleras porque los ascensores no iban muy allá. “¿Pero quién le ha dicho que era aquí? A ver, un momento, vamos a llamar”. Coge el teléfono y “mira, hay aquí un paciente…”, me hace un gesto para que le diga el nombre, “Manuel Domínguez Marín, que tiene cita para una ergometría, pero que ya la ha hecho porque se ha recorrido toda la ciudad sanitaria”, dice muy acertadamente con sorna. Cuelga y… “pues vaya para allá que le están esperando y pregunte por Ergometría”. Su compañera de trabajo me pregunta que si sé ir por el pasillo de cristales y le digo que no, que ni sé que exista tal pasillo. Muy amablemente me acompaña porque, “si va por la calle, va a tardar mucho” y me deja casi en la puerta del ascensor. De reojo había visto la escalera, así que vuelvo y subo por ella nuevamente a la cuarta planta. No veo a quién preguntar, por lo que intento leer algo que diga Ergometría. Nada. Un pasillo con no sé qué de “Sangrantes” que me entra un no sé qué. Veo de nuevo la puerta de Secretaría, que es de donde salía la persona que me dirigió al otro hospital. Entreabro la puerta, “perdón…?”. Algunas personas charlando, otro tecleando frenéticamente en el ordenador y, tras unos quince o veinte segundos, es como si no me hubieran visto. Decido que allí no hay nada que rascar y cierro la puerta. A alguien encontraré. Otra empleada. Le pregunto y me dice que sí que un poco más adelante veré la puerta que pone “Ergometría”. La una menos cuarto. Aún no he visto la puerta cuando escucho que me llaman “Manolooo”. Es Víctor y su esposa. Nos saludamos efusivamente y me quedo la mar de tranquilo porque ahora ya estoy seguro que estoy donde tengo que estar. Al poco llegan Antonio y su señora y con el reencuentro con los cuatro me siento la mar de a gusto. Hablamos de Tristán y Pepe, lástima que no estén allí. Hemos hecho una buena amistad y añoramos las sesiones de rehabilitación con la teniente O’Neil y todo el personal de la Unidad.
Por supuesto, ni que decir tiene que la prueba de esfuerzo la pasé con nota. Como cuando un entrenador pone a calentar a un futbolista nada más comenzar la segunda parte y lo tiene todo el tiempo correteando por la banda para entrar en el campo en el último minuto. Igual. Eso sí, tengo agujetas y no es de la cinta, sino de las escaleras. Creo.

PS: el precio del parking de marras tiene mandanga. Te pones malo y arruinas a la familia.

1 comentario:

fernando dijo...

Una odisea, Manolo, que, menos mal, te lo tomas con sentido del humor.
Como no hay mal que por bien no venga, ha quedado de manifiesto que estás "mu requetebién" de las piernas, del coarzón y de "los nervios", porque es pa terminar "atacao".