miércoles, 18 de mayo de 2011

Noventa y cinco por ciento

Me cuenta mi hijo la historia de un uruguayo al que conoce que fue guerrillero en América latina desde los 14 hasta los 30 años. Él mismo relata cómo abandonó la guerrilla porque a esa edad de 30 años tuvo una revelación: se dio cuenta de que el 95% de las personas necesitan creer y necesitan ser dirigidos, por tanto pensó que era inútil combatir contra esa realidad e inmediata y tranquilamente le comunicó a su mando “me voy”. Hoy es un empresario afincado en Europa.

Esta historia me ha dado mucho que pensar y he llegado a la conclusión de que realmente en todos los órdenes de la vida, para lo bueno o para lo malo, para el vicio o para la virtud, el 95% de las personas actúan de la misma forma, aunque sólo se manifiesta, por una parte, en cuestiones trascendentales: fe, libertad…, y, por otra, en situaciones límite, permaneciendo ante estas últimas larvadas ignorando cual sería su reacción mientras no se produce la situación que obligue a actuar. Mientras no somos fuertemente seducidos por asuntos trascendentes o no somos puestos a prueba por la responsabilidad, el compromiso, el riesgo, el esfuerzo, la honradez… el 95% de las personas constituye una plácida marea realizando tibias aproximaciones o alejamientos, según cada cual, y el resto, el 5%, el que toma partido de forma decidida en una u otra dirección. Es decir, que en tanto en cuanto nos movemos al amparo de la rutina o mantenemos discusiones de salón, la sociedad parece extraordinariamente diversa con multitud de opiniones sobre las que se pueden esgrimir los argumentos más brillantes; en cambio, cuando somos puestos en la picota de tomar decisiones que nos afecten de forma importante, desaparecen argumentos y matices y el 95% va a actuar de la misma manera.

Veamos algunos ejemplos.

La fe. El 95%, como decía el guerrillero, necesita creer, aunque según aprieten o no las condiciones de vida la fe será más fuerte o más laxa. Ante catástrofes naturales como terremotos, inundaciones, etc. o provocadas por el hombre como las guerras, el 95% de las personas se agarran desesperadamente a la fe; incluso paradójicamente el haber perdido trágicamente a sus seres queridos les refuerza la fe. -Como el del chiste que me contaba ayer mismo un amigo: me caí a un río de aguas bravas, conseguí agarrarme a una rama y con mucho esfuerzo pude salir; le contesta el otro: menos mal, gracias a Dios; y responde el primero: gracias a la rama, que a Dios ya se le vieron las intenciones.- Desde luego las jerarquías religiosas saben cómo utilizar este sentimiento para acrecentar su influencia y hasta aprovechan para culpar a las víctimas: “el terremoto ha sido un castigo del Señor”; incomprensiblemente las víctimas asumen “su culpabilidad” y nadie replica a semejantes buitres. Por contraste resulta curioso observar algunas encuestas publicadas y que en todo caso podemos constatar por nosotros mismos hablando con nuestros amigos y conocidos cómo hay católicos, por ejemplo, que no creen incluso que Dios exista. Pero se declaran católicos sin dudarlo. ¿Cómo no casarse por la iglesia o no bautizar a los niños sin que se les muevan los cimientos sociales? Estoy convencido de que no todos los cardenales y obispos creen en Dios, que tienen lo suyo estudiado, viajado y vivido, aunque no todos, que también los hay cenutrios irredentos y, si no, que pregunten por Granada, un poner. Sospecho incluso de que es la mayoría la que no cree, aunque nunca lo podrían declarar. Me queda la duda del papa, que ése sabe más que Briján. Otros no creen en la vida eterna que promete el cristianismo; es más, a los que creen en ella, si se les pregunta por la posibilidad de que con los avances tecnológicos se pudiera prolongar la vida con una muy buena calidad a cinco mil años, por ejemplo, es habitual que tampoco les guste la idea porque les parece mucho tiempo, en cambio no se plantean lo mismo ante el concepto de eternidad que es “para siempre”. O sea, que realmente hay quien no sabe lo que quiere y un gaditano le diría aquello de: “aclárate, pisha”.

La libertad. Como también decía el guerrillero, el 95% de las personas no desean usar su libertad, prefieren que otros las dirijan y decidan por ellas. Esto explica, por ejemplo, los pocos empresarios y autónomos que hay en comparación con la población laboral asalariada. Es curioso cómo muchos asalariados trabajan mucho más duro que su empresario, pero no están dispuestos a dejar de ser asalariados y lanzarse a ser empresarios o autónomos porque lo ven como un riesgo excesivo por más que la crisis actual les haya puesto delante de los ojos que es mucho mayor el riesgo de depender de las decisiones de otros. Recuerdo una anécdota de un suceso que ocurrió en una fábrica de productos químicos en la que trabajé; hubo un escape de gas y la gente echó a correr alejándose, pero de pronto vieron a un jefe que corría en dirección contraria, hacia el lugar del escape; se dieron la vuelta y echaron a correr tras él porque pensaron que él sabía lo que había que hacer; el jefe los paró y les gritó que se fueran ¡que él iba a cerrar una válvula! En el caso de los autónomos, ¿cuántos hay que se han visto obligados a montarse por su cuenta por no haber encontrado trabajo como asalariados? Y ha sido una suerte porque viven, trabajan y ganan como no lo harían como asalariados.

Responsabilidad. Es significativo lo común que resulta oír a un jefe la expresión “yo no me hago responsable de…” ¡en asuntos que son claramente de su responsabilidad! ¿Qué otra cosa significa ser jefe sino asumir responsabilidades precisamente? Y si no, que ni aparezca por el trabajo, que deje una foto para que se sepa quien es y listo. A la mayoría no le gusta tomar decisiones, prefieren que otros las tomen por ellos y de ahí que aparezcan líderes con una facilidad pasmosa y se den dos tipos: el muy minoritario líder auténtico, que es el que tiene cualidades y asume la responsabilidad y el más común líder estafa, que no es sino un truhán o un inconsciente, un listillo que ante la falta de competencia aprovecha para medrar, pero no olvidemos que es la indolencia o la falta de atrevimiento de los demás las generadoras de este tipo de líderes.

Compromiso. ¿Alinearse con una causa justa a contra corriente de la mayoría o de la opinión o decisión de tu superior? A ver dónde están los guapos, que parece que se escurren hasta por los husillos. Uno de cada cien y gracias. Sobre todo en situaciones límites como, por ejemplo, en la actual crisis. Que ya se sabe que el miedo es libre.

Riesgo. Si ya lo dice el refrán, que preferimos lo malo conocido a lo bueno por conocer. Y así nos va. Cuánto talento desperdiciado. ¿Quién no conoce casos de personas con cualidades magníficas de dibujante o pintor o escultor o músico, etc., y que en lugar de dedicarse a esas actividades han decidido estudiar Derecho o Empresariales? La pregunta resulta más ilustrativa si la formulamos al contrario, ¿quién conoce a personas con grandes cualidades de dibujante, pintor, escultor… que hayan decidido dedicarse por completo a ello? ¿Que conoces a uno? Bien, enhorabuena, pero ya sabes que al menos hay noventa y nueve que han decidido lo contrario.

Esfuerzo. Hombre, es que cuesta trabajo. Ya… de eso se trata. Cuando algo requiere un esfuerzo adicional al normal, por pequeño que sea, qué variedad de métodos de escapismo a lo Gudini se desarrollan a velocidad de vértigo para desaparecer de la escena. Aquí es fácil que se alteren los porcentajes, ya que pueden quedar dos tipos de pringaos: el responsable y el torpe que no ha sabido escapar y no ha tenido redaños para hacerlo descaradamente.

Honradez. “Rectitud de ánimo, integridad en el obrar”, según la Real Academia de la Lengua. ¿Cuántos acostumbran a no aceptar lo que creen inmerecido, ya sea material o inmaterial como por ejemplo un halago? ¿Cuántos en un acto de masa son reflexivos y críticos con las acciones de la mayoría prácticamente unánime? Comentaban unos periodistas radiofónicos hace unos días la noticia de un aficionado de fútbol que ataviado con la camiseta de su equipo fue agredido cuando se presentó en la celebración de unas treinta mil personas del equipo rival; todos coincidían unánimemente en criticarlo porque era prácticamente un acto ¡SUICIDA! y ¡no criticaban a los agresores! Sí, ya sabemos que los periodistas deportivos dan de sí lo que dan, pero hombre… Claro, que también podría ocurrir que la honradez y las demás virtudes requieran un mínimo de inteligencia y ahí pocos milagros pueden hacerse, que como dice el refrán, lo que no dan los campos no lo han los santos.

Creo que en términos estadísticos el comentado 95% tiene un margen de error del +5%. Vamos, que me atrevo a corregir al guerrillero: noventa y nueve por ciento de acomodaticios y un uno por ciento, como mucho, de íntegros.

En la decisión de cada cual está el pertenecer al elenco de las personas respetables o engrosar las filas de la chusma.

Una última consideración: el que practica a diario y con todas sus consecuencias, creyente o no, la libertad, la responsabilidad, el compromiso, el esfuerzo, la honradez y está siempre dispuesto a asumir el riesgo pertenece al uno por ¿mil? y entra dentro de otra categoría superior: la de héroes, conocidos o anónimos. Y hay tan pocos...

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